lunes, 11 de noviembre de 2013

Mis Escaleras...

Bueno, hoy cambian un poco las cosas, hoy no hay melodramas ni cosas estúpidas que me pasan a diario. Hoy quiero compartir con ustedes el primer cuento que escribí desde que llegué a la universidad.

Éste cuento fue una actividad que mi profesora de Redacción Creativa, Martha Durán quien también es escritora nos asignó. Consistía en leer un cuento (que ella había escrito y publicado) y contar la historia desde el ángulo de otro personaje, específicamente un niño llamado Nando, pero bueno, aquí lo dejo: 

El cuento principal se titula "El Patio" y lo pueden leer, si gustan, acá: http://circulodepoesia.com/nueva/2010/01/cuento-venezolano-actual-no-10-martha-duran/


En el patio éramos muchos, demasiados diría yo. Por cierto, mi nombre es Nando, y odiaba con cada centímetro de mi ser ese estúpido patio, el único lugar donde me sentía seguro era en esas escaleras, sentarme en un escalón, cual fuera, observar a los otros niños correr de las voces de sus padres cada noche luego de ser llamados para entrar a sus respectivas casas, siempre intentando adivinar cuál de ellos sería el primero en ser llamado, ya que adivinar el último era estúpido, considerando que siempre, sin excepciones, era yo.

Mientras ellos jugaban y yo observaba, escuchábamos los susurros de nuestros padres, quienes tenían cierta fascinación por tres palabras específicas: "sacrificio", "dignidad", pero sobre todo "mañana". Ésta última la pronunciaban casi sin tocarla, como si tuviesen miedo de ella, la escuchábamos casi aislada, como si fuese del mismo idioma que las demás, la repetían con un tono especial, bajito, como para no molestar ni despertar a nadie. Los demás niños le tenían un miedo terrible a ésta palabra, les asustaba esa extraña manera de pronunciarla, a mí realmente no me importaba, siempre pensé que las palabras inentendibles de los adultos eran sólo uno de sus métodos para asustar a los más chicos, no quería saber qué significaban... ¿Para qué?

Esas escaleras eran mi refugio, el lugar donde podía olvidarme de todos los problemas que ocurrían a mi alrededor aunque fuese por unas cuántas horas. Sus escalones se escurrían entre las lineas que los separaban. Nunca me importó el lugar donde me ubicaran, todos los escalones para mí eran perfectos y estaban llenos de paz... y bueno, dado que era el menor, no era como que pudiese opinar mucho al respecto. Al antojo de Ángel, el mayor del grupo, éramos acomodados, un verdadero amante a la fotografía que nos organizaba en parejas alegando que sus ojos eran "un lente que se abre y se cierra de acuerdo a los caprichos de la imagen":

Una mañana, mientras desayunaba con mi madre en el pequeño comedor de la cocina, noté que sus ojos estaban muy hinchados, estuvo llorando nuevamente, se había vuelto cosa de todos los días verla así: callada, casi aislada de su realidad, Pero a pesar de eso nunca logré acostumbrarme, extrañaba sus risas, escucharla cantar a hacer cualquier tarea del hogar, me llenaba de paz y alegría... cuando se volvió gris, yo me volví gris con ella. Se hacía tarde para ir a la escuela y aún mi padre no salía de su cuarto, realmente no me molestaba, no disfrutaba en absoluto de su compañía desde hacía varios años. No hay margen capaz de disimular lo que no se quiere ver, lo que vi esa mañana que tanto me marcó:

Dos señores con ropas idénticas tocaron a nuestra puerta, al entrar se sentaron en la sala a la espera de mi padre, éste se rehusaba a salir de su cuarto, cosa que no terminaba de comprender, luego de unos veinte minutos los señores perdieron la paciencia y le dijeron a mi madre "No queríamos llegar a ésto, pero no podemos seguir perdiendo nuestro tiempo", forzaron la puerta del cuarto de mis padres, consiguiendo a mi padre intentando escapar por la ventana trasera, entre ambos hombres lo sujetaron y lo sacaron a empujones de nuestra casa hasta llegar al patio, donde se encontraban todos nuestros vecinos, atónitos, por supuesto. De repente recordé que había dejado a mi madre sola al ir tras los señores, cuando volteé para ver dónde estaba, pasó corriendo a mi lado, y en menos de diez segundos ya estaba al lado de los hombres que lo llevaban, llorando desesperadamente, al verla tan alterada, no pude retener las ganas de llorar, tanto por la impotencia de ver a mi madre tan angustiada como por la rabia de saber que el culpable de su angustia era mi padre, como de costumbre.

Ángel y yo nos hicimos amigos desde ese día, supongo que se acercó a mí por lástima o compasión, quién sabe... recuerdo que su juego favorito era recordar cosas imposibles, canciones, programas de televisión, nombres de personas casi desconocidas, todo servía siempre y cuando fuese absolutamente difícil de recordar. A veces le preguntaba cosas que ni yo mismo recordaba.

Algunas veces dormía en su casa, lo hacía porque no soportaba escuchar el llanto de mi querida madre, su dolor me lastimaba en lo más profundo del alma. Todos sabían que era cierto, ya que las paredes de las casas son prácticamente adornos para darnos la sensación de tener una milésima de privacidad.

Han pasado muchos años, ya no puedo ver a mi madre volviéndose cada vez más y más gris, arrastrándome con ella en su infelicidad, ya no puedo seguir fingiendo ser feliz, o relativamente feliz, jamás volví a saber de mi padre, debe estar muerto, preso o quién sabe en qué país estará escondido, la cosa es que he decidido acabar con todo ésto...

Me encuentro tendido en las escaleras, esas escaleras que me vieron crecer, reír, llorar... y ahora me verán morir, mis escaleras. Justo ahora no puedo abrir los ojos, pesan demasiado, tengo algo de sueño, así que les contaré a ustedes, mis queridos amigos invisibles, lo que me ha sucedido, tratando de ser lo más breve posible:

Me disponía a salir de casa, lejos de too, a algún parque, puente, no tenía muy claro donde, sólo sabía que quería irme lejos, lejos para poder morir en paz, pero antes de salir mi madre me llamó, me sonrió como antes, como no lo hacía desde hacía más de 15 años y me dijo "Te amo hijo, hasta luego...". En ese preciso instante me arrepentí de todo lo que pretendía hacer, no podía dejarla sola como él lo hizo, iba a caminar hacia ella cuando tropecé con unas metras que algún niño del patio habría dejado regadas allí, resbalé y caí de espaldas a las escalera, aterrizando con mi cabeza en el primer escalón, mi cabeza dolió unos segundos, sentía mi sangre derramarse, mis costillas rotas, brazos, todo dolía horriblemente, en mis pensamientos sólo estaba ella, mi madre, la había defraudado, la abandoné vilmente, pero no, no como él lo hizo, yo siempre la amé y me mantuve a su lado a pesar de cualquier circunstancia. Pronto el sentimiento fue desapareciendo, lo único que me permite estar en paz ahora, es que dormiré con el rostro de mi madre por siempre en la memoria, con su hermosa sonrisa, y bueno, creo que llegó el tiempo de despedirse, mi sueño aumenta, gracias queridas Escaleras, gracias por ser partícipes de los acontecimientos importantes de mi vida... y de mi muerte.


Echelon.

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